lunes, 24 de septiembre de 2018

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ZAPATOS





Nunca había visto tanta lluvia. Ni allá en el campo cuando al escuchar los truenos sacudiendo las chapas del techo se amontonaban para darse ánimos. Sin embargo, allá nunca se sintió tan mojada. Era casi lindo hundir los pies descalzos en los charcos, en el barro. Miró hacia abajo y descubrió con horror los zapatos nuevos empapados. Hubiera caminado con las manos para evitarlo pero sin paraguas, manos y pies daban lo mismo. Cómo le hubiera gustado tener un paraguas. Negro, como el de don José. Negro y grande. Le apretaban los zapatos mojados. Le dolían los pies. También la espalda después de la interminable noche en tren. Recordó las instrucciones y, aunque era imposible calcular la hora sin las sombras ni los sonidos conocidos, parecía tarde. Juntó coraje y abandonó el techito. La mujer de la agencia primero le había indicado un colectivo, pero ante su cara de espanto, dedicó sus buenos minutos a describirle las veinte cuadras de itinerario. Ya faltaba poco. Creía. Qué manera de llover. Corrió hasta un toldo y quedó reflejada en la vidriera. Que diría la señora cuando la viera. Buena presencia. Estaba oscureciendo, tendría que apurarse. Se fijó en el número de las chapas y después en el papelito que tenía en el bolsillo (bendito tercer grado). Lo guardó enseguida para que no se estropeara. Cruzó corriendo. Cuando vio la plaza suspiró de alivio: iba bien, entonces, solo faltaba una cuadra. Se detuvo unos segundos. Volvió a mirar el papelito y de nuevo las chapas, una por una ahora, hasta encontrar la que buscaba. Qué linda casa. Iba a tocar el timbre cuando se detuvo. Se apartó de la puerta y, refugiándose en el zaguán vecino, sacó del bolso la toalla, por suerte seca. La pasó por los zapatos y después por la cabeza. Buscó el peine en el bolsillo y se peinó. Un poco más tranquila, se desplazó bien pegada a la pared. Ya frente a la puerta notó que la pollera le chorreaba. La estrujó como pudo. Finalmente se santiguó y tocó el timbre. El corazón le galopaba como al Panchito cuando lo corrió la vaca. Pobre Panchito moviendo las patitas cortas entre la ronda de carcajadas. A ella no le dio risa. Espantó  a la vaca y lo alzó. Y él escondió contra su pecho la carita colorada. De miedo y de vergüenza.
Vio que se encendía una luz y escuchó pasos que se acercaban. Supo que sus mejillas también estaban, incontrolablemente, coloradas.
Después de hacerle un par de preguntas, de mostrarle la casa y de explicarle qué se pretendía de ella, la señora Paula la midió con los ojos y le preguntó cuánto calzaba. Al día siguiente le entregó dos uniformes azul uno, a cuadritos negros  el otro, y un par de zapatos blancos, abotinados. Recordó la cara de admiración del Panchito cuando la vio llegar con la caja de zapatos, los primeros de su vida. Y le subieron, trenzadas, la vergüenza con una sorda rabia. Aquí no servían y allá hubieran alcanzado para comer una semana. O para comprarle al changuito cuatro pares de alpargatas.

La chica de la agencia no la había engañado: una excelente casa. Y no lo decía por el cuarto espacioso o la ducha con agua caliente para ella sola. Eso hasta le daba culpa recordando el rancho donde madre e hijo la esperaban. Son solo unos meses; cuando junte unos pesos para el terrenito vuelvo, compramos unas gallinas y... Tampoco por el sueldo que era diez veces más de lo que le pagaba don José por limpiarle la farmacia. Una excelente casa. El señor no se iba al trabajo sin saludarla, a los chicos ni se los escuchaba y la señora… La señora Paula. Tan distante con sus ojos claros, su andar silencioso y su sonrisa apenas insinuada. Nunca le daba órdenes. Cuando ella intentaba consultarla sobre la ropa o la cena, la infaltable respuesta era como a usted le parezca, Domiciana. Ella intentaba adivinarle los gustos, satisfacer todos sus deseos con la esperanza de que tal vez así la señora reparara en ella. Pero no. La señora, aunque siempre cortés, parecía no verla cuando la miraba. Ganas de pellizcarse para comprobar que no era un fantasma. Y, a medida que pasaban los meses, los bifes que no podía compartir con su hijo quedaban en el plato mientras ella adelgazaba. Los chicos todo  el día en la escuela, el señor en la oficina y la señora en la clínica. Ella quería ayudar a la señora más allá de la comida o las camas. Pero todo intento de darle una mano con los chicos fue frenado. La señora Paula se los mezquinaba. Quizá todavía no le tenía confianza. O, lo que era más probable, consideraba que eran demasiado rubios para que los rozara una negrita como ella. Pasaba interminables horas en silencio. Temía que de tanto no hablar terminara por olvidar las palabras. Quizás el changuito, al mismo tiempo, lloraba por no poder escucharla. Al Panchito, a veces hasta le cantaba.

Pasaron los meses y, lentamente, fue habituándose a esa casa donde comenzaba a ocupar un lugar, al tiempo que se abultaba el sobre donde guardaba la plata. Con un poco de suerte podré volver para las fiestas soñaba empuñando la plancha.

Todo siguió igual hasta que Marcelo se enfermó. Hepatitis. Después de una semana, la señora Paula se le acercó. Domiciana, ya no puedo pedirme más licencia; ¿se anima a ocuparse del nene?; no hay demasiado misterio: dieta y cama. Ella intentó apagar su sonrisa de orgullo. Como la señora mande se limitó a responder.
Domi, ¿me alcanzás la almohada? Domi, ¿me lees un cuento? (bendito tercer grado). Domi, ¿me rascás la espalda? Un impacto volver a tocar una piel. Meses sin más contacto humano que el rozar de una mano al entregar una fuente. Piel de manzana. Suave como la del Panchito, aunque tanto más blanca. Se pide por favor le indicaba la señora Paula cuando escuchaba los reclamos de su hijo. ¿Por favor?, el nene se lo hacía con cada llamado.
Durante los largos días de convalecencia le enseño a Marcelo a trenzar piolines, costumbre de su pueblo. El nene empezó una bolsa que cada tarde escondía bajo el colchón, bolsa que al concluir envolvió y guardó allí, cuidadosamente, por semanas. Hasta que llegó el cumpleaños de la señora Paula.

Esa tarde, mientras ella servía el té, Marcelito le entregó, orgulloso, el paquete a su madre. Lo hice yo, para vos, mamá; Domi me enseño; ¿te gusta? Pudo ver que los ojos de la señora Paula se humedecían, al mismo tiempo que Gabriel y Sebastián empezaban a corear ¡miren cómo teje la mujercita!, ¡miren cómo teje la mujercita!  Marcelo, enloquecido, empezó a perseguirlos alrededor de la mesa mientras sus hermanos se reían y seguían coreando, una y otra vez ¡mujercita!, ¡se enojó la mujercita! La señora Paula, paralizada, mientras las lágrimas rodaban por su cara, solo atinaba a decir chicos, por favor, tranquilos; chicos, ya está bien. Ella sintió un golpe de sangre. Desconociéndose, se lanzó contra los dos pillos, agarrándolos del cuello de la camisa del uniforme. Frenaron su carrera, desconcertados. Y después fue Marcelito el que llegó corriendo hacia ella, cobijando contra su pecho la carita roja de vergüenza y rabia. La señora Paula se acercó. Ella bajó la mirada, anticipándose al reto, quizás al justo despido por su atrevimiento. Gracias, Domiciana la voz de la señora Paula era apenas un susurro también por la bolsa.

No pudo dormir en toda la noche. Como de aparecido, los ojos del Panchito clavados en su cara, en su nuca. En su pecho.

Señora Paula, preciso hablar con usted dijo depositando la bandeja del desayuno sobre la mesa. ¿Ahora? preguntó la señora, indicando a los chicos con un gesto. ¡Tanto le daba! Después de la sacudida del día anterior, los chiquillos disfrutarían escuchándola. Señora Paula, me voy a ir. La expresión de la señora mutó en un instante. ¿Adónde? A mi pueblo. ¿Por qué?, ¿no está conforme con el sueldo? No es eso, señora Paula, al contrario; es que mi chango está solo y... Como cuando los mayores azuzaron a Marcelo, la señora quedó paralizada. Fue Gabriel el primero en reaccionar y bueno, Domi, entonces traelo. La señora Paula la miró con sus ojos de agua. Se instaló un silencio espeso. Interminable. Hasta que la señora, con una voz firme que le desconocía, poniéndole una mano en el hombro, tocándola por primera vez dijo tráigalo, Domiciana.

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