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ZAPATOS
Nunca había visto tanta lluvia. Ni allá
en el campo cuando al escuchar los truenos sacudiendo las chapas del techo se
amontonaban para darse ánimos. Sin embargo, allá nunca se sintió tan mojada.
Era casi lindo hundir los pies descalzos en los charcos, en el barro. Miró
hacia abajo y descubrió con horror los zapatos nuevos empapados. Hubiera
caminado con las manos para evitarlo pero sin paraguas, manos y pies daban lo
mismo. Cómo le hubiera gustado tener un paraguas. Negro, como el de don José.
Negro y grande. Le apretaban los zapatos mojados. Le dolían los pies. También
la espalda después de la interminable noche en tren. Recordó las instrucciones
y, aunque era imposible calcular la hora sin las sombras ni los sonidos
conocidos, parecía tarde. Juntó coraje y abandonó el techito. La mujer de la
agencia primero le había indicado un colectivo, pero ante su cara de espanto,
dedicó sus buenos minutos a describirle las veinte cuadras de itinerario. Ya
faltaba poco. Creía. Qué manera de llover. Corrió hasta un toldo y quedó
reflejada en la vidriera. Que diría la señora cuando la viera. Buena presencia. Estaba oscureciendo,
tendría que apurarse. Se fijó en el número de las chapas y después en el
papelito que tenía en el bolsillo (bendito tercer grado). Lo guardó enseguida
para que no se estropeara. Cruzó corriendo. Cuando vio la plaza suspiró de
alivio: iba bien, entonces, solo faltaba una cuadra. Se detuvo unos segundos.
Volvió a mirar el papelito y de nuevo las chapas, una por una ahora, hasta
encontrar la que buscaba. Qué linda casa. Iba a tocar el timbre cuando se detuvo.
Se apartó de la puerta y, refugiándose en el zaguán vecino, sacó del bolso la
toalla, por suerte seca. La pasó por los zapatos y después por la cabeza. Buscó
el peine en el bolsillo y se peinó. Un poco más tranquila, se desplazó bien
pegada a la pared. Ya frente a la puerta notó que la pollera le chorreaba. La
estrujó como pudo. Finalmente se santiguó y tocó el timbre. El corazón le
galopaba como al Panchito cuando lo corrió la vaca. Pobre Panchito moviendo las
patitas cortas entre la ronda de carcajadas. A ella no le dio risa. Espantó a la vaca y lo alzó. Y él escondió contra su
pecho la carita colorada. De miedo y de vergüenza.
Vio que se encendía una luz y escuchó
pasos que se acercaban. Supo que sus mejillas también estaban,
incontrolablemente, coloradas.
Después de hacerle un par de preguntas,
de mostrarle la casa y de explicarle qué se pretendía de ella, la señora Paula
la midió con los ojos y le preguntó cuánto calzaba. Al día siguiente le entregó
dos uniformes azul uno, a cuadritos negros
el otro, y un par de zapatos blancos, abotinados. Recordó la cara de
admiración del Panchito cuando la vio llegar con la caja de zapatos, los
primeros de su vida. Y le subieron, trenzadas, la vergüenza con una sorda
rabia. Aquí no servían y allá hubieran alcanzado para comer una semana. O para comprarle
al changuito cuatro pares de alpargatas.
La chica de la agencia
no la había engañado: una excelente casa. Y no lo decía por el cuarto espacioso
o la ducha con agua caliente para ella sola. Eso hasta le daba culpa recordando
el rancho donde madre e hijo la esperaban. Son
solo unos meses; cuando junte unos pesos para el terrenito vuelvo, compramos
unas gallinas y... Tampoco por el sueldo que era diez veces más de lo que
le pagaba don José por limpiarle la farmacia. Una excelente casa. El señor no
se iba al trabajo sin saludarla, a los chicos ni se los escuchaba y la señora…
La señora Paula. Tan distante con sus ojos claros, su andar silencioso y su
sonrisa apenas insinuada. Nunca le daba órdenes. Cuando ella intentaba
consultarla sobre la ropa o la cena, la infaltable respuesta era como a usted le parezca, Domiciana. Ella
intentaba adivinarle los gustos, satisfacer todos sus deseos con la esperanza
de que tal vez así la señora reparara en ella. Pero no. La señora, aunque
siempre cortés, parecía no verla cuando la miraba. Ganas de pellizcarse para
comprobar que no era un fantasma. Y, a medida que pasaban los meses, los bifes
que no podía compartir con su hijo quedaban en el plato mientras ella
adelgazaba. Los chicos todo el día en la
escuela, el señor en la oficina y la señora en la clínica. Ella quería ayudar a
la señora más allá de la comida o las camas. Pero todo intento de darle una
mano con los chicos fue frenado. La señora Paula se los mezquinaba. Quizá
todavía no le tenía confianza. O, lo que era más probable, consideraba que eran
demasiado rubios para que los rozara una negrita como ella. Pasaba interminables
horas en silencio. Temía que de tanto no hablar terminara
por olvidar las palabras. Quizás el changuito, al mismo tiempo, lloraba por no
poder escucharla. Al Panchito, a veces hasta le cantaba.
Pasaron los meses y,
lentamente, fue habituándose a esa casa donde comenzaba a ocupar un lugar, al
tiempo que se abultaba el sobre donde guardaba la plata. Con un poco de suerte podré volver para las fiestas soñaba
empuñando la plancha.
Todo siguió igual hasta
que Marcelo se enfermó. Hepatitis. Después de una semana, la señora Paula se le
acercó. Domiciana, ya no puedo pedirme
más licencia; ¿se anima a ocuparse del nene?; no hay demasiado misterio: dieta
y cama. Ella intentó apagar su sonrisa de orgullo. Como la señora mande se limitó a responder.
Domi,
¿me alcanzás la almohada? Domi, ¿me lees un cuento?
(bendito tercer grado). Domi, ¿me rascás
la espalda? Un impacto volver a tocar una piel. Meses sin más contacto
humano que el rozar de una mano al entregar una fuente. Piel de manzana. Suave
como la del Panchito, aunque tanto más blanca. Se pide por favor le indicaba la señora Paula cuando escuchaba los
reclamos de su hijo. ¿Por favor?, el nene se lo hacía con cada llamado.
Durante los largos días
de convalecencia le enseño a Marcelo a trenzar piolines, costumbre de su
pueblo. El nene empezó una bolsa que cada tarde escondía bajo el colchón, bolsa
que al concluir envolvió y guardó allí, cuidadosamente, por semanas. Hasta que
llegó el cumpleaños de la señora Paula.
Esa tarde, mientras
ella servía el té, Marcelito le entregó, orgulloso, el paquete a su madre. Lo hice yo, para vos, mamá; Domi me enseño;
¿te gusta? Pudo ver que los ojos de la señora Paula se humedecían, al mismo
tiempo que Gabriel y Sebastián empezaban a corear ¡miren cómo teje la mujercita!, ¡miren cómo teje la mujercita! Marcelo, enloquecido, empezó a perseguirlos
alrededor de la mesa mientras sus hermanos se reían y seguían coreando, una y
otra vez ¡mujercita!, ¡se enojó la
mujercita! La señora Paula, paralizada, mientras las lágrimas rodaban por
su cara, solo atinaba a decir chicos, por
favor, tranquilos; chicos, ya está bien. Ella sintió un golpe de sangre.
Desconociéndose, se lanzó contra los dos pillos, agarrándolos del cuello de la
camisa del uniforme. Frenaron su carrera, desconcertados. Y después fue
Marcelito el que llegó corriendo hacia ella, cobijando contra su pecho la
carita roja de vergüenza y rabia. La señora Paula se acercó. Ella bajó la
mirada, anticipándose al reto, quizás al justo despido por su atrevimiento. Gracias, Domiciana la voz de la señora
Paula era apenas un susurro también por
la bolsa.
No pudo dormir en toda la noche. Como de
aparecido, los ojos del Panchito clavados en su cara, en su nuca. En su pecho.
Señora
Paula, preciso hablar con usted dijo depositando la
bandeja del desayuno sobre la mesa. ¿Ahora?
preguntó la señora, indicando a los chicos con un gesto. ¡Tanto le daba!
Después de la sacudida del día anterior, los chiquillos disfrutarían
escuchándola. Señora Paula, me voy a ir.
La expresión de la señora mutó en un instante. ¿Adónde? A mi pueblo. ¿Por qué?, ¿no está conforme con el sueldo? No es
eso, señora Paula, al contrario; es que mi chango está solo y... Como
cuando los mayores azuzaron a Marcelo, la señora quedó paralizada. Fue Gabriel
el primero en reaccionar y bueno, Domi,
entonces traelo. La señora Paula la miró con sus ojos de agua. Se instaló
un silencio espeso. Interminable. Hasta que la señora, con una voz firme que le
desconocía, poniéndole una mano en el hombro, tocándola por primera vez dijo tráigalo, Domiciana.
...espléndido,cálido, tierno y cierto!!
ResponderBorrarMuchas gracias!!
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