FURGÓN
DE COLA
1
No entiende a los adultos. Pueden hacer lo que
quieren, no precisan el permiso de nadie, pero no lo hacen, y después protestan. Su mamá, a veces, por el desorden. Su papá, en cambio, parece quejarse de la vida en general. Él sí que tiene que bancarse todo. Sin chistar,
además. ¿No se dan cuenta de que él precisa un cuarto? Está condenado a
aguantar a sus hermanos. No puede invitar a sus amigos ni siquiera a estudiar. Y, cuando ya harto de los destrozos de Dieguito, le calza un empujón, es él
quien la liga. El gran boludo. Pésimo negocio ser el hijo mayor. Ya casi las
ocho. Encima de que lo obligan a prepararse para el ingreso, tenerlo otra vez de
plantón. Seguro que su padre llegará quejándose del subte. Pero le va a dar
una lección. Camina hasta la parada del 152. Pagaría por verle la cara
cuando no lo encuentre. Quizás así reparará en su existencia. Ojala que del
susto le suba la presión.
Todo siempre podía ser peor. Allí, bajo la sombra de
un árbol, está la mitad de su padre. De las obligaciones de la otra tiene que
hacerse cargo él: acarrear las bolsas, limpiar la pileta, arreglar los
enchufes. Sin siquiera consultarlo le quitaron todo: el barrio, los amigos, la
novia. La ciudad. Lo odia, lo odia con profundidad.
Sus hermanos están jugando a la pelota pero su
padre, como de costumbre, lo llama a él. Deja la cortadora de césped, se seca
la transpiración de la frente y se acerca. Lo
odia. Lo odia con profundidad. Su papá lo agarra del brazo. Gracias,
Jujo dice no sé cómo nos
arreglaríamos sin vos. Y a él le da tanta pero tanta lástima que aprieta
fuerte los dientes para no ponerse a llorar mientras corre la silla de ruedas hacia la sombra.
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