viernes, 19 de octubre de 2018

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FURGÓN DE COLA

1

EL HIJO MAYOR




No entiende a los adultos. Pueden hacer lo que quieren, no precisan el permiso de nadie, pero no lo hacen, y después protestan. Su mamá, a veces, por el desorden. Su papá, en cambio, parece quejarse de la vida en general. Él sí que tiene que bancarse todo. Sin chistar, además. ¿No se dan cuenta de que él precisa un cuarto? Está condenado a aguantar a sus hermanos. No puede invitar a sus amigos ni siquiera a estudiar. Y, cuando ya harto de los destrozos de Dieguito, le calza un empujón, es él quien la liga. El gran boludo. Pésimo negocio ser el hijo mayor. Ya casi las ocho. Encima de que lo obligan a prepararse para el ingreso, tenerlo otra vez de plantón. Seguro que su padre llegará quejándose del subte. Pero le va a dar una lección. Camina hasta la parada del 152. Pagaría por verle la cara cuando no lo encuentre. Quizás así reparará en su existencia. Ojala que del susto le suba la presión.


Todo siempre podía ser peor. Allí, bajo la sombra de un árbol, está la mitad de su padre. De las obligaciones de la otra tiene que hacerse cargo él: acarrear las bolsas, limpiar la pileta, arreglar los enchufes. Sin siquiera consultarlo le quitaron todo: el barrio, los amigos, la novia. La ciudad. Lo odia, lo odia con profundidad.
Sus hermanos están jugando a la pelota pero su padre, como de costumbre, lo llama a él. Deja la cortadora de césped, se seca la transpiración de la frente y se acerca. Lo odia. Lo odia con profundidad. Su papá lo agarra del brazo. Gracias, Jujo dice no sé cómo nos arreglaríamos sin vos. Y a él le da tanta pero tanta lástima que aprieta fuerte los dientes para no ponerse a llorar mientras corre la silla de ruedas hacia la sombra.

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